También nos ha dejado datos menos objetivos y difícilmente contrastables por el momento, como los entre 6.000 ciudadanos divorciados de los políticos y que clamaban su dimisión, según fuentes del gobierno y 3.000 manifestantes según fuentes de la policía.
Por otro lado tenemos interpretaciones de los vídeos que se pudieron ver por streaming. De entre los que criticaban la manifestación salían dudas respecto al pacifismo de los manifestantes tras ver imágenes de policías siendo empujados y golpeados; los defensores del cerco al Congreso de los Diputados obviaban estos mismos hechos centrándose en la resistencia pacífica del resto —y gran mayoría— de los manifestantes ante la actuación de los anti-disturbios, que calificaban de brutalidad policial.
Además, entre los círculos independentistas catalanes más cerrados había quién consideraba el 25-S y por consiguiente también el movimiento 15-M de "españolista" al juzgar de elevado el número de banderas de España o estanqueres (apelativo con el que se refieren a las bandera rojigualda) e incluso algunos de ellos asociaban también a ese españolismo la porta de banderas repúblicanas tricolores. Por otro lado, una fracción de los que critican la manifestación lo hace precisamente por ser propio de algunos asistentes el ondear banderas de la Unión Soviética o de la II República Española y por la ausencia, además, de banderas constitucionales españolas.
Hasta este momento normal, grupos y tipos de pensamiento distintos interpretan los datos de diferente manera. ¿Pero hasta que punto es normal que este hecho, lógico y habitual (aunque no por ello justificable) sea retroalimentado por los medios de comunicación según su afiliación política? Todos conocemos la existencia de líneas editoriales, pero ¿hay un punto de no retorno tras el cual la línea editorial se convierte en manipulación? Comprobémoslo echando un vistazo a las portadas de hoy que hacen referencia a la manifestación: