Y sin embargo algo increíble ocurrió, lo que nadie creía que pasara.
Había dimitido la Espe, era un día de júbilo para muchos y de arrancarse los pelos para otros en Madrid, todo indicaba que los periódicos harían honor a su megalomanía y llenarían de su estampa y su nombre los titulares más refritos de la semana hasta que el Rey, que pedía su cuota de pantalla desde su heroico acto salvando a dos pequeños botswaneses del ataque de un peligroso elefante cegado por la ira, hizo acto de presencia (nótese la ironía).
"No soy el primero y con seguridad no seré el último entre los españoles que piensa que en la difícil coyuntura económica, política y también social que atravesamos...". Así comienza la carta de Su Majestad el Rey de Oriente, digo de España. Y me permito afirmar: por supuesto señor Borbón y Borbón-Dos Sicilias, por supuesto que no es usted el primero que se lo plantea, pues cobrando 270.000 euros al año por la Gracia de Dios si fuese usted el primero en planteárselo es que el resto viviríamos en el más completo de los sueños millonarios. Y dudo también, igual que usted, que sea el último, pues con la ineptitud demostrada de nuestros gobernantes quedan garantizados centenares de miles de siguientes últimos que se lo plantearán después de usted.
"En estas circunstancias, lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas." prosigue en su carta el rey de las Españas, y sí, digo Españas porqué así se llamaba este país hasta 1812. Porque eso de Una grande y libre no vino hasta mucho más tarde. Porque si reclamar lo que le fue negado a un reino constituyente de la monarquía hispánica y cuyo emblema forma parte de los cinco que forman el escudo de España es perseguir quimeras mejor sería que volviese a sus asuntos –si es que los tiene– y se dejase de cartas que no provocarán más que lo contrario a lo que pretende conseguir. El Rey cumplió su papel durante la Transición y se le debe reconocer su actuación preponderante al evitar el golpe de Estado durante el 23F pero a partir de esa fecha debería evitar entrar en cuestiones políticas, cualquiera que sea su intención.
Sin embargo, Su Majestad no se detiene aquí, no. "¿Por qué detenerme ahora cuando puedo meter la pata hasta el fondo?" se preguntaría. "Desde la unión y la concordia, hemos de recuperar y reforzar los valores que han destacado en las mejores etapas de nuestra compleja historia y que brillaron en particular en nuestra Transición Democrática". ¿Disculpe? Si para salir de este atolladero hemos de fijarnos en la Transición que creó un sistema autonómico deficitario, que solo sirve para mantener una segunda horda de políticos inservibles y que apela a una solidaridad obligatoria para con aquellas comunidades cuyos gobernantes han desgobernado, si tenemos que fijarnos en semejante monstruo, mejor que paren España que me bajo ya. Pero el Rey, en un acto de gula, de necesidad de atención, nos deleita con otra perla más. "...El sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general". ¿Sí, seguro? ¿Seguro que el del interés particular en aras del general? ¿No será más bien el sacrificio del interés (es decir, el dinero) de la gran mayoría en pos del interés de una pequeño grupo de grandes empresarios, políticos y demás miembros de una casta que son los únicos que se ven beneficiados de esta larga y pesada historia en que se está convirtiendo la crisis?
Pero no me gustaría acabar estas lineas haciendo referencia a otro personaje que coprotagonizó el día del que hablo, no es otro que Santiago Carrillo. Un personaje clave durante la Transición y del que no entraré al trapo de los que le vanaglorian ni de los que le detestan. Santiago Carrillo pereció ese mismo día, largo día en que tragamos con la resaca de la noticia de la dimisión de Aguirre y en que también tragamos con la demostración de las artes líricas del Rex Hispaniarum. Un largo día en que Esperanza Aguirre maldijo al Rey por robarle protagonismo y más tarde lo haría con Carrillo, al que no creo, sin embargo, que fuese la primera vez que lo hacía.
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